El Papa señaló que “la fiesta de la Inmaculada Concepción expresa la grandeza del amor Dios” puesto que además “Él no es sólo quien perdona el pecado, sino que en María llega a prevenir la culpa original que todo hombre lleva en sí cuando viene a este mundo. Es el amor de Dios el que previene, anticipa y salva”.
Francisco reconoció que “siempre existe la tentación de la desobediencia, que se expresa en el deseo de organizar nuestra vida independientemente de la voluntad de Dios”. “Es esta la enemistad que insidia continuamente la vida de los hombres para oponerlos al diseño de Dios”, sin embargo, “la historia del pecado solamente se puede comprender a la luz del amor que perdona”.
“Si todo quedase relegado al pecado, seríamos los más desesperados entre las criaturas, mientras que la promesa de la victoria del amor de Cristo integra todo en la misericordia del Padre”.
Sobre el Jubileo de la Misericordia afirmó que “es también un don de gracia”. “Entrar por la puerta significa descubrir la profundidad de la misericordia del Padre que acoge a todos y sale personalmente al encuentro de cada uno”.
“Será un año para crecer en la convicción de la misericordia”, añadió.
“Cuánta ofensa se le hace a Dios y a su gracia cuando se afirma sobre todo que los pecados son castigados por su juicio, en vez de anteponer que son perdonados por su misericordia”.
“Sí, es precisamente así. Debemos anteponer la misericordia al juicio y, en todo caso, el juicio de Dios será siempre a la luz de su misericordia”. Así, “atravesar la Puerta Santa, por lo tanto, nos hace sentir partícipes de este misterio de amor.
El Santo Padre recordó el concilio Vaticano II y pidió recordarlo como un “verdadero encuentro entre la Iglesia y los hombres de nuestro tiempo”.
“Un encuentro marcado por el poder del Espíritu que empujaba a la Iglesia a salir de los escollos que durante muchos años la habían recluido en sí misma, para retomar con entusiasmo el camino misionero”.
Pero también “un impulso misionero, por lo tanto, que después de estas décadas seguimos retomando con la misma fuerza y el mismo entusiasmo”.
“El Jubileo nos provoca esta apertura y nos obliga a no descuidar el espíritu surgido en el Vaticano II, el del samaritano, como recordó el beato Pablo VI en la Conclusión del concilio. Cruzar hoy la Puerta Santa nos compromete a hacer nuestra la misericordia del Buen Samaritano”, dijo al concluir.
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